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David y Abisay llegaron, pues, hasta donde estaba la tropa. Saúl dormía acostado dentro del recinto, con su lanza clavada en el suelo junto a la cabecera. Abner y la tropa estaban acostados a su alrededor. Abisay dijo a David:

— Dios pone hoy a tu enemigo en tus manos. Déjame, pues, que lo clave en tierra de una sola lanzada y no habrá que rematarlo.

Pero David respondió a Abisay:

— No lo mates, porque no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.

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